La Reserva, una segunda oportunidad para los animales víctimas del tráfico de fauna

Águilas con alas fracturadas, tigrillos domesticados y tortugas con caparazones rotos son algunos de los habitantes de este bioparque ubicado en Cota. Más de 2.000 personas los visitan cada mes para conocer sus historias de maltrato y tomar conciencia sobre la importancia de que eso no ocurra nunca más.

Desde que estaba en el colegio, Iván Lozano siempre sintió una conexión especial con los animales, en especial con aquellos que vivían en las selvas, bosques y sitios ajenos a la ciudad.

En esa época, su gran sueño no era tener una casa repleta de lujos, sino un espacio natural en donde pudiera ayudar a los animales silvestres, además de educar a la gente sobre el cuidado que se les debe dar.

Por esta razón, decidió estudiar zootecnia en la Universidad de la Salle para adquirir los conocimientos necesarios para poder montar un lugar en donde los animales no estuvieran encerrados, sino que caminaran libres y se comportaran como en su hábitat natural, y que los visitantes no los contemplaran a los lejos, sino que se involucraran con ellos.

Mientras trabajaba como profesor y consultor en manejo de fauna y diseño de zoológicos en Europa, Lozano empezó a aterrizar sus pensamientos, catalogados por muchos como descabellados, para así darle forma a lo que sería su proyecto de vida.

“No quería montar un zoológico tradicional, sino una reserva dedicada a la conservación, uso sostenible de los recursos naturales y ciencia del bienestar animal, en donde se educara al público sobre la biodiversidad e interactuara con las demás formas de vida. Un concepto llamado bioparque”.

Pero no fue sino hasta 2005 que alguien le siguió la idea. “Con una compañera montamos el proyecto Bioparque La Reserva. Su familia nos arrendó parte de una finca ganadera de 26 hectáreas que tenían en el municipio de Cota, que hace parte del cerro Majuy”.

Según Lozano, el ideal era transformar un terreno con cerdos y vacas en un bosque que les sirviera de hogar a los animales silvestres, en donde pudieran comportarse de manera natural y al mismo tiempo educar de una forma interactiva y segura a los seres humanos.

“El lugar fue concebido para que los visitantes conocieran las principales representaciones ecosistémicas del país, que se apropiaran, acercaran y aprendieran sobre los tesoros que ofrecen los recursos naturales y que se relacionaran con el comportamiento de los animales. El mensaje era llegarle al corazón de la gente a través de la vida natural”.

En 2007, cuando le habían dado la licencia de construcción, un incendio calcinó 300 hectáreas del cerro, incluidas tres del predio. Pero las voraces llamas no consumieron el sueño de Lozano. Todo lo contrario, le dieron una oportunidad para empezar desde ceros.

“Mientras se construían las representaciones de los hábitats para los animales, estudiantes y el gobierno de Suiza nos ayudaron a reforestar con especies nativas como caucho sabanero, cajeto, cerezo, siete cuero y aliso, y a construir los senderos”.

Lozano empezó a buscar los animales de la exhibición. “Me comuniqué con varias entidades ambientales. Logramos conseguir 20 animales que no podían ser liberados y no eran apetecidos por los zoológicos por sus heridas y comportamientos”.